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jueves, 16 de septiembre de 2010

Presencia chilena en la obra de Gabriela Mistral

BREVE DESCRIPCIÓN DE CHILE

FORMA Y TAMAÑO
Han dado a Chile los comentaristas la forma de un sable, por remarcar el carácter militar de su raza. La metáfora sirvió para los tiempos heroicos. Chile se hacía, y se hacía como cualquier nación, bajo espíritu guerrero. Mejor sería darle la forma de un remo, ancho hacia Antofagasta, aguzado hacia el Sur. Buenos navegantes somos en país dotado de inmensa costa.
750.000 kilómetros cuadrados. Pero esta extensión, muy mermada por nuestra formidable cordillera, y en el Sur, a medias inutilizadas por el vivero de archipiélagos perdidos. Es un país grande en relación con los repartos geográficos de Europa; es un país pequeño dentro del gigantismo de los territorios americanos. Un escritor nuestro, Pedro Prado, decía que hay que medir el país desdoblando los pliegues de la Cordillera y volviendo así horizontalidad lo vertical. En verdad hay una dimensión de esta índole que vale en ciertos lugares para lo económico. Las minas hacen de nuestra montaña cuprífera y argentífera una especie de decuplicación de superficie válida, y donde el vuelo del aeroplano fotografía metros el fantástico plegado geológico daría millas.
Sin embargo, no es así como otros vemos el país. Hay la dimensión geográfica, hay la económica y hay todavía la moral. Cuando digo aquí moral digo moral cívica. También esto crea una periferia y una medida que puede exceder o reducir el área de la patria. Patrias con poca irradiación de energía y de sentido racial, patrias apenas dinámicas, son pequeñas hasta cuando son enormes. Patrias angostas o mínimas que se exhalan en radios grandes de influencia son siempre mayores y hasta se vuelven infinitas. Nadie puede echar sonda en su fondo; no puede saberse hasta dónde alcanzan, porque sus posibilidades son las mismas del alma individual, es decir, inmensurables.
UNA PATRIA
A mí me gusta la Historia de Chile, y no es que me complazca como la cara de la madre al hijo, por pura filialidad. Si yo hubiese nacido en cualquier lonja terrestre, me gustaría lo mismo al leerla. Me da un placer semejante al de una faena bien comenzada, bien seguida y bien rematada. Me agranda los ojos como la forja que se cumple cabalmente en la buena fragua; me aviva los pulsos expectantes como una fiesta de regatas, hecha por hombres ganosos en un mar acarnerado y en un sol fuerte; me serena y me conforta con su éxito ganado agriamente, como cuando he visto la subida del metal jadeado, en los ascensores de la bocamina porque el logro que responde al largo repecho ratifica las medidas probas en la balanza, y hace sonreír al buen amador de la justicia. Así me gusta la Historia de Chile, como un oficio de creación de patria, bien cumplido por un equipo de hombres cuyo capital no fue sino su cuerpo sano y lo que el cuerpo comprende de porción divina. Me alegran y me ponen lo mismo a batir los sentidos las demás historias nacionales heroicas. Los espectáculos de la naturaleza son embriagantes sin que lo sean más que el de una gesta larga de hombres entregados a preparar y a ofrecer esa soberana producción, mixta de territorio dulce o áspero, de potencias humanas empecinadas en gastarse y vaciarse, de ayudas naturales y sobrenaturales y de desalientos y fervores, en turno de marejada.
Nuestra historia puede sintetizarse así: Nació hacia el extremo sudoeste de la América una nación obscura, que su propio descubridor, don Diego de Almagro, abandonó apenas ojeada, por lejana de los centros coloniales y por recia de domar, tanto como por pobre.
El segundo explorador, don Pedro de Valdivia, el extremeño, llevó allá la voluntad de fundar, y murió en la terrible empresa. La poblaba una raza india que veía su territorio según debe mirarse siempre: como nuestro primer cuerpo que el segundo no puede enajenar sin perderse en totalidad. Esta raza india fue dominada a medias, pero permitió la creación de un pueblo nuevo en el que debía insuflar su terquedad con el destino y su tentativa contra lo imposible.
Nacida la nación bajo el signo de la pobreza, supo que debía ser sobria, super-laboriosa y civilmente tranquila, por economía de recursos y de una población escasa.
El vasco austero le enseñó estas virtudes; él mismo fue quizás el que lo hizo país industrial antes de que llegasen a la era industrial los americanos del Sur.
Pero fue un patriotismo bebido en libro vuestro, en el poema de Ercilla, útil a país breve y fácil de desmenuzarse en cualquier reparto, lo que creó un sentido de chilenidad en pueblo a medio hacer, lo que hizo una nación de una pobrecita capitanía general que contaba un virreinato al Norte y otro al Este.
En una serie de frases apelativas de nuestros países podría decirse: Brasil, o el cuerno de la abundancia; Argentina, o la Convivencia universal; Chile, o la voluntad de ser.
Esta voluntad terca de existir ha tenido a veces aspectos de violencia y a algunos se les antoja desmedida para cinco millones de hombres. Pero yo, que nada tengo de nietzscheana, suelo pensarla, velarla y revolver su rescoldo alerta, porque el Continente austral pudiese necesitarla en el futuro y pudiese ser ella un exceso que sirva y salve, en trance de solidaridad continental. Depósitos de radium hay así, secretos y salvadores.

Presencia chilena en la obra de Gabriela Mistral